La entrevista

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Dieciséis de la calle Finis Terra. «Es aquí», pensó.

Como de costumbre llegaba demasiado pronto. Jean siempre le decía que tan mal vicio era el de llegar tarde como el de llegar demasiado temprano, pero ella no estaba de acuerdo. Si llegaba antes, a la hora acordada estaría en el sitio.

Sin embargo, en esta ocasión, su chico parecía tener razón. La pequeña portezuela, coronada por un antiguo dieciséis grabado en la tosca piedra de la pared, estaba cerrada y no tenía timbre alguno o aldaba a los que llamar. Se acercó disimuladamente a la puerta esperando escuchar algún ruido que indicara movimiento en el interior.

No escuchó nada.

Faltaban aún diez minutos para las once y, aunque por una parte se dijo a sí misma que «Mejor, así tendré tiempo para tranquilizarme», por otra parte, la espera hacía volar su imaginación y crecer su ansiedad.

Había estado preparando esta entrevista desde hacía semanas. Una nueva editorial estaba buscando autores para su catálogo y, después de leer su blog, habían contactado con ella. La chica con la que habló por teléfono —Moria, si no recordaba mal— parecía realmente interesada y demostraba haberse leído todos y cada uno de los relatos publicados en su web. Era la oportunidad que llevaba toda la vida esperando. Al final, iba a tener que creer en la patraña de que si deseas algo con mucha fuerza acabará por cumplirse.

A las once en punto, la portezuela se abrió sin el más mínimo ruido, ni un solo chirrido de los antiguos goznes que soportaban el peso de la robusta madera. Moria apareció desde las sombras. La luz del sol parecía batallar por bañarle el rostro blanco de piel fina casi traslúcida en el que se dibujaba con detalle la tela de araña de sus venas grisáceas.

—Charlotte Blackbay, ¿verdad? —No esperó respuesta. —Morimos por conocerte. Adelante, por favor.

Desconcertada, pero en paz, Charlotte echó a andar y atravesó el umbral. Una fuerza la empujaba hacia las sombras que la esperaban al otro lado y los ojos de cuervo de Moria eran todo lo que inundaba su mente, como cuando miras fijamente una luz y se queda durante un buen rato impidiéndote ver nada más.

La pesada puerta se cerró tras ella. Volvió la cabeza solo para ver como la gruesa lámina de madera quedaba estanca y desaparecía en una pared pintada de arañazos de siglos y siglos que le dieron la bienvenida.

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