Las hojas se mecían y crujían sobre el borboteo incesante del arroyuelo al otro lado de la ventana. —Voy a por leña —dijo Balt. —No tardes —respondió Safia frotándose las
Dieciséis de la calle Finis Terra. «Es aquí», pensó. Como de costumbre llegaba demasiado pronto. Jean siempre le decía que tan mal vicio era el de llegar tarde como el
Pasaba un minuto de las cuatro cuando me desperté angustiada. Puede que intuyera lo que estaba a punto de pasar, aunque no quería creerlo. Raig era un niño cariñoso, siempre